La herida inocente

*

Las espinas de aquella rosa suave y mimosa,

yacían pacientes, escondidas en un rincón secreto.

La rosa era alegre, perfumada y zalamera,

como lo son las noches de primavera.

** 

Aún esboza una sonrisa mi boca,

al recordar aquella pasión loca.

Sentía en la nuca la suavidad de la bruma que, poco a poco,

disipaba los miedos de aquél primer encuentro.

**

Te amaba...

te entregué mi alma sin reserva ni temor, 

volé hacia tí con la ilusión de una gaviota que descubre

su primer vuelo.

Eras dulce y salvaje a la vez, parecías sincero.

Y así de repente, sin razón aparente,

las espinas de la rosa brotaron, hirieron, mataron.

**

Ya no espero, ya no vuelo,

los sueños duermen inquietos, vacios, muertos...

 los miedos sangran en el pecho.

No te odio, no puedo,

ni siquiera deseo, que un día te sientas

como yo me siento.

Marie-Ange Bonnevie

Cazilhac le 08. 12. 2001