Llora, mi pueblo...

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Llora, mi pueblo malherido, llora vencido...

sudan sangrientas tus piedras orgullosas y rugosas,

testigos inmóviles del furor inútil de los hombres.

Olvida un instante la justa cólera de la pubertad,

ignora la insensatez y la sucia indiferencia

de la sociedad actual.

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Sueña de ingenuas caricias agrestes,

de intemporales lluvias celestes...

de aquellos tiempos de efímeros encuentros,

de amores castos y eternos, sinceros y tiernos...

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Corrientes y vientos tranquilos en las noches de estío,

rumores y suspiros secretos,

en los labios de los amantes clandestinos.

Huracanes de invencibles pasiones,

bajo los quietos y mudos sauces llorones.

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Hombres de honor y damas fervorosas, pacientes y amorosas.

Piedras deshechas del pasado,

presentes en nuestro inevitable destino inerte.

Ideales por los suelos,

corazones hundidos en el tunel del olvido.

Desprecio e indiferencia cegando los ojos,

que ya ni persiguen ideales nuevos.

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Una espada que rasgó el cielo boreal, apagó los sueños,

una quimera en la sonrisa quieta de una niña,

ahogada de silencio.

Una manos vacías buscando en vano un recuerdo,

y yo, desarmada e inamovible,

 contemplo el astro del tiempo flotar,

como nubes espesas de niebla hibernal.

Marie-Ange Bonnevie

Cazilhac, le 17. 02. 2004.